miércoles, 13 de noviembre de 2013

Las Bananas en Pijama y su santa madre.

Bienvenidos de nuevo, queridos lectores, a la nave del mono. Esta noche os hablaremos sobre unas criaturas espeluznantes. Unos pequeños seres sobrevalorados que llevan habitando nuestros armarios desde tiempos inmemoriales: Los Pijamas.

Es posible que algunos, si no muchos de vosotros uséis uno de éstos cada noche. Es una afición que respeto -aunque no comparto-, pero no se trata de eso.
Cada cual es libre de cubrirse (o no) de la manera que prefiera llegada la noche, y mi problema no va con ello. Mi problema es la idea generalizada de que todos deberíamos usar pijama, y por ello dar por sentado que todos lo hacemos.

Llegados a este punto, y como le dijo el dos al veinte, seamos sinceros (ese humor de nivel es cortesía de la casa): ¿A quién no le han regalado nunca un pijama? Sí, amigos, horroroso regalo donde los haya, y la mejor manera de decirle a alguien "Te odio con todo mi ser" y aun así obligarle a mostrarse agradecido, y sonreir como si tu regalo no fuera la mayor [excremento] que se le podría regalar a alguien.

Y lo siento si alguien discrepa, pero no, no me parece bonito que me regalen una camisa y un pantalón de seda sin siquiera saber si me cubro mis monerías cada noche, porque pueden sucederse dos cosas: La primera, en la que me incluyo, es que la persona a quien se le hace el regalo no utilice pijama, por lo que regalarle uno es de lo más absurdo; la segunda es que la persona a quien se le hace el regalo utilice pijama, por lo que ya tendrá uno, que además será de su agrado, por lo que regalarle otro y sin que esa persona lo haya elegido, puede ser quizá más absurdo todavía.

Y como me gusta decir a estas alturas: A los hechos me remito.
 Cuando tenía 8 años, como buen hijo de vecino, hice la comunión. El caso es que la oferta fue más o menos así: 'Puedes hacer la comunión o puedes no hacerla. Si no la haces, no pasa nada, pero si la haces la gente te hará regalos y tendrás tu propia celebración'. Quizá fuera un chantaje, pero acepté.
Y todo parecía muy bonito, hasta que la promesa de regalos comenzó a convertirse en un arma de doble filo.
Tal fue mi sorpresa al ver que el regalo de una de mis tías fue, ni mas ni menos, un hermoso pijama de seda.
Por aquél entonces, cabe decir que yo era un niño adorable y delgado. Y remarco lo de delgado como dato importante, ya que el pijama era talla XL, por lo que la opción de usar dicho pijama quedó descartada, y para cuando pude ponerme ese pijama, años después, ya no había rastro de aquél niño adorable y delgado. De hecho, lo que había era más bien un pre-adolescente que parecía haberse comido al niño anteriormente mencionado.

Así que por favor, antes de regalar un pijama a alguien, haceos las siguientes preguntas: ¿De verdad odio tanto a esta persona? y ¿De verdad quiero que esta persona me odie tanto?
Y si aun así tenéis la indecencia de querer regalar pijamas a la gente, por favor, POR FAVOR, a mí con una hez envuelta en papel albal me basta como regalo.

Por último, quisiera ponerme un momento en el papel de persona decente y dedicar esta entrada a una señorita con pelo de algodón de azúcar, porque se lo merece.