sábado, 20 de junio de 2015

La luz al final del túnel [Capítulo 1]

AVISO A NAVEGANTES: La siguiente historia no está basada en hechos reales, cualquier parecido con la realidad es merluza coincidencia.

El accidente

—¿Y qué quieres que le haga? Ya te lo he dicho, han faltado varios compañeros y he tenido que echar un par de horas, no es para tanto. —Sam resoplaba hastiado mientras alguien gritaba al otro lado de la línea—. Mira cariño, estoy entrando a un túnel, si quieres seguir discutiendo espera al menos a que llegue a casa.

Todos los días, mañana y tarde, pasaba por ese túnel.
Nunca le habían gustado los túneles. Eran estrechos, oscuros, agobiantes y demasiado concurridos para su gusto. Y ese no era una excepción. Pero hoy, sin duda, se alegraba de haber entrado en ese túnel.
A veces se preguntaba si había hecho bien dando el paso de vivir juntos. La vida en pareja le gustaba, desde luego, le gustaba estar cerca de la persona que, en el fondo, más necesitaba y saber que cuando la buscara iba a estar ahí, sin necesidad de salir de casa ni de coger el teléfono.
Pero echaba de menos las despedidas. Se seguían despidiendo, sí, pero no de la misma forma. Echaba de menos despedirse sin tener que explicar qué estaría haciendo hasta que volvieran a verse, salir tarde del trabajo y no tener que justificar su tardanza, como si las horas del día que le sobraban de sus obligaciones hacia el trabajo hubiesen pasado de ser horas libres, a horas que dedicar a otras obligaciones de las que nadie le había hablado antes.
En los últimos meses su vida había entrado en un túnel del que nadie le avisó, donde sentía que cualquier intento por cambiar de carril tenía que terminar en una discusión, y donde el aire no corría por más que bajara las ventanillas.
Y entonces chocó.

Alguien golpeó el techo del coche. La voz de un hombre mayor retumbaba en su cabeza.
—¿Está usted bien?
Sam recobró la conciencia y vio a un hombre con bigote, parado junto a donde solía estar la puerta de su coche. El morro del vehículo había quedado aplastado contra una ranchera, el volante le apretaba el pecho y sus esfuerzos por moverse resultaban aún más dolorosos que aguantar en esa posición.
—¿Qué… qué ha pasado? ¿Por qué ha parado?
El hombre miró la ranchera y sonrió.
—Tranquilo, mi coche es ese. —Dijo el hombre señalando hacia alguna otra parte—. El dueño de este se fue hace un rato. Pero no te preocupes, que dio recuerdos a tu familia.
—¿Cómo que se fue?
—Se fue. Se cansó de esperar y se fue, como los otros. —El hombre se dio la vuelta y miró a ambas direcciones del túnel, como si necesitara comprobar que todo seguía igual—. Llevamos como una hora parados, los tres carriles están llenos, y el otro sentido está igual. Muchos se fueron a comprobar las salidas.

Se oyeron unos gritos muy distantes, hacia la entrada del túnel, parecía que alguien se estaba peleando.
Sam intentó liberarse de su prisión, pero el cinturón seguía abrochado. Lo desabrochó sin dificultad, para su sorpresa, pero seguía sin poder moverse.
—Espere, iré a por algo para hacer palanca.
El hombre se alejó entre los coches y Sam lo perdió de vista.

Se escucharon más gritos de pelea, pero esta vez acompañados por otros gritos más cercanos.
—¡Corred, corred, corred!
Una mujer pasó corriendo junto al coche y tropezó con la puerta del conductor, que había quedado tirada en el suelo. La mujer alzó la cabeza, miró a Sam, y sin mediar palabra se levantó y siguió corriendo.
—¡Por favor, ayuda! —Gritó Sam, intentando retirar el asiento sin éxito.
Tres personas más pasaron corriendo, pero ninguna se detuvo siquiera a mirar a Sam, que trataba de liberarse con todas sus fuerzas.
—¡Por favor! ¿¡Qué está pasando!?

martes, 21 de octubre de 2014

No sé felicitar los cumpleaños.

Nunca se me ha dado bien felicitarle a nadie el cumpleaños, y quien me conozca sabe que en general no se me da muy bien decirle a alguien cosas como que le considero realmente importante, o que me ha hecho pasar uno de los mejores veranos de mi vida, ni siquiera felicitarle en su cumpleaños mediante una entrada en mi blog fingiendo absurdamente que no le estoy felicitando el cumpleaños, Isti.

Y no se trata de no saber decir "Feliz cumpleaños", sino que me parece ridículo cuando conoces a alguien desde hace tantos años que lo que quieres no es decirle que te has acordado de su cumpleaños, sino que te alegras de que tal día como hoy, hace inmencionables años, llegara a este mundo para, tras millones de casualidades una detrás de otra, terminara apareciendo en tu vida para ir acumulando momentos -buenos y malos- que no querrías olvidar por nada del mundo si eso significara olvidar un sólo minuto de esa persona.

Tampoco sé decir cosas como que todo lo que haya hecho por una determinada persona lo volvería a hacer mil veces, no por compromiso ni por esperar nada a cambio, sino porque dicha persona -en caso de que existiera tal persona a quien le quisiera decir tal cosa- se merece todo eso y más, aunque muchas veces se niegue a darse cuenta de ello.

Y tampoco sé dar las gracias por, simplemente, estar ahí día tras día y ser como es, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en las amenazas de muerte y en las muertes de risa, todos los días de su vida hasta que una paliza nos separe, amén.

Falta escribir lo imposible cuando intentas decir algo disfrazado en spiderman. Ingresa siempre tus impuestos.

MONGUER, MONGUER, AAA-AAA DUBIDUBIDUBÍ

lunes, 30 de diciembre de 2013

Terror de media tarde.

Feliz primavera a todos, queridos telespectadores. Por favor, tomen asiento, está a punto de dar comienzo la nonagésima nona edición de Los Juegos del Mono.

Doy por sentado que todos os habéis enfrentado a uno de esos enemigos silenciosos a los que debemos encararnos tarde o temprano: Una silenciosa y aburrida tarde de domingo.
Sí, amigos. Por A o por B te has quedado en casa, en pleno fin de semana y sin ningún plan en absoluto. Una sensación de agobio comienza a recorrer tu cuerpo, así que corres raudo y veloz en busca de una cura para ese terrible mal que es el aburrimiento.
¿Comer? Demasiado breve. ¿Tener un hijo? Demasiado largo. ¿Escribir un libro? Demasiado esfuerzo. ¿Plantar un árbol? Intestinos demasiado vacíos.

Plantas rodadoras atraviesan la soleada calle. Cigarras entonan su monótona sinfonía. La idea del suicidio se aproxima desde la lejanía, cabalgando a lomos de un hermoso corcel llamado subconsciente.
De pronto, aparece un joven apuesto con promesas de diversión y entretenimiento garantizados: El mando de la tele.
¡Por supuesto! Encender el televisor es la mejor idea que podrías haber tenido. Es domingo por la tarde, mucha gente está en casa, las cadenas de televisión deben estar dando lo mejor de sí para entretener a sus fieles seguidores (por la parte de los coj****).
Enciendes el televisor, pero cuál es tu sorpresa al descubrir que has entrado en el territorio del enemigo más mordaz al que podrías enfrentarte...

Las TV Movies.

En efecto, esas películas hechas sólo para su emisión en televisión, de las cuales destacan dos estilos dominantes:

-Amor pasteloso.

-Mujer que debe encontrar a un asesino.

Del primer estilo me limitaré a decir que un pedacito de mí muere cada vez que veo una de ellas. Y como soy un caballero, pasaré directamente al segundo estilo.

Una mujer, generalmente de entre 30-40 años, rubia, alrededor de la cual se desarrolla a velocidad de vértigo una compleja y para nada exagerada red de engaños y manipulación, tras la que se oculta un despiadado asesino que hará peligrar la vida de nuestra protagonista.
Partiendo de esa base, nos encontramos ante un precioso 50% de posibilidades de que la protagonista sea policía, lo cual aparentemente no influirá en la trama, ya que pese a ser la mejor policía de ese pueblo de mala muerte no podrá confiar en ninguno de sus compañeros ya que, o no están a la altura de sus capacidades como detective, o son demasiado gordos para levantarse de su asiento, o la menospreciarán por ser mujer (porque es muy importante remarcar que vivimos en una sociedad machista para que el público empatice con la protagonista), o en la mayoría de los casos, las tres cosas juntas.
Así que nuestra bella policía deberá desvelar el misterio sin hacer uso de ninguna de sus ventajas como tal, y sin ponerse el uniforme en ningún momento. Porque es policía, pero ante todo, es una mujer coqueta.

Por otro lado, si nos encontramos ante ese 50% de posibilidades de que la protagonista no sea policía, la trama se verá gravemente afectada ya que, por muy inteligente, responsable y capaz que sea nuestra bella amiga, nadie le hará el más mínimo caso y todos la tomarán por la loca perturbada que, por motivos inexplicables, aparenta ser.
Aun así, y pese a no tener ni de lejos la misma preparación en resolución de misterios que nuestra amiga la policía, nuestra protagonista descubrirá al asesino en un tiempo récord, generalmente gracias a que el asesino guarda un registro de sus crímenes en el primer archivador de su despacho (LO MÁS LÓGICO DEL CONDENADO MUNDO), pero ahora se enfrentará a la impotencia de ser tratada como una loca histérica lanzando acusaciones sin fundamento al hombre más respetado del lugar. Y pese a que nos muestran a la protagonista como una mujer inteligente y responsable, en ningún maldito momento se le pasará por la cabeza la descabellada idea de coger las pruebas incriminatorias y usarlas para denunciar al asesino, porque ella es una mujer de principios, y eso sería jugar con ventaja.

Y ahora llegamos al punto en el que ambas posibilidades se juntan, ya que el desenlace será el mismo tanto si la protagonista es policía, como si no lo es.
Tras mucho esfuerzo, nuestra protagonista logra convencer a una amiga de quién es realmente el asesino y lo que planea, lo que condenará a muerte a la amiga, que será asesinada en la siguiente escena, dejando aparentemente sola a nuestra protagonista. Y es entonces cuando el infame villano entra en frenesí asesino, e inicia una cadena de asesinatos, liquidando a todos los amigos y familiares de la protagonista, hasta que aparece el noble caballero dispuesto a ayudar a la bella dama y, si surge, ungir a la protagonista con el sagrado jugo de su potente báculo justiciero. Y juntos se dirigen al escenario final donde se esconde el asesino.
Tras una feroz pelea con el caballero, el asesino es aparentemente derrotado, pero se recupera para asesinar al caballero, y posteriormente ser rematado por nuestra protagonista, que tras tanto disgusto al fin puede respirar aliviada.

Y en ese momento piensas dos cosas: "Valiente hija de la grandísima ****, ¿¡Cómo tienes los santos coj**** de respirar aliviada después de que todos tus seres queridos hayan muerto!?" y "Definitivamente, el suicidio hubiese sido la mejor opción".

Pero ya es tarde, tu aburrimiento se ha convertido en frustración, así que debido al tremendo enfado que tienes por haber cometido la estupidez de ver esa película, decides castigarte a ti mismo quedándote a ver la película que se emite a continuación, con una trama idéntica a la que acabas de ver, con la esperanza de que tu cerebro te haga el favor de explotar para evitarte tal sufrimiento, pero no lo hace.

Así pues, queridos amigos, os deseo que paséis una feliz Pascua. Y ahora os dejo, que está a punto de empezar 'Acosada por un asesino que finge ser un apuesto empresario'.

lunes, 16 de diciembre de 2013

¡Feliz Navidad!

Hola amigos, amigas, y tú. Os he reunido de nuevo para comentaros algo que algunos ya sabréis.
Publico en este blog siempre que mi capacidad de concentración me lo permite. Por otro lado, ésta, mi memoria y mi tiempo libre rara vez coinciden, así que a veces las ideas llegan tan rápido como se van.
Y es por esto que os invito a que, si tenéis alguna sugerencia para posibles entradas, sois libres de comunicármelo mediante la caja de comentarios, o por cualquiera de los otros sitios donde seguro sabréis localizarme.
Dicho esto, os dejo esta vez con una entrada sobre esta fecha del año tan adorada por todos:

La Navidad.

En efecto, amigos, no hay nada como la Navidad. Esa época del año -porque sí, no nos engañemos, la Navidad ya es una época y no una celebración- cargada de ilusiones, luces de colores, inadaptados sociales que consiguen trabajo una vez al año como Papá Noel de centro comercial (mis respetos a todos ellos), abetos iluminados, y buenas intenciones. Muchas, muchas buenas intenciones.

Pero los tiempos cambian. Ahora mucha gente desaprueba la Navidad, y algunos de ellos lo argumentan con el hecho de que se trata de una festividad cristiana, y ellos no lo son. Pero no, eso no es más que una cortina de humo.
Porque cuando eres un niño, aunque no creas en la vida y milagros del niño Jesús, o aunque sepas que la mayoría de seres mitológicos de los que te hablaron tus padres no existen (el Ratoncito Perez, el Coco, el Hombre del Saco, Fraga, Papá Noel, el conejo de Pascua, Doraemon,...), aun así, escribes tu carta a Papá Noel porque sabes que has sido un niño bueno, y te mereces esos regalos que tanto quieres, porque para algo tiene que servir haberse portado bien todo el año.

Y empiezas a escribir tu carta:
Querido Papá Noel, ¿Qué tal has pasado este año?
Espero que muy bien. Yo he sido un niño muy bueno, he sacado muy buenas notas, hice caso a mamá y papá en todo lo que me dijeron, e incluso he aprendido a hacerme la cama.

Mi hermanito a veces se pone muy pesado, y alguna vez le he gritado, pero han sido muy pocas y en realidad le quiero.

Así que espero que este año me puedas traer esa bici roja tan chula que vi en el escaparate de aquella tienda hace dos años. Y también el último juego de los Power Rangers, y unas deportivas nuevas que las mías están desgastadas. Pero por favor, no te olvides de la bici.

Espero que te pases por aquí y que te gustaran los polvorones y la botella de Jack Daniels que te dejé el año pasado bajo el abeto y que te bebiste entera. Este año te dejaré otra.

Siempre tuya, Timmy.

Y mandas esa carta a Papá Noel con toda tu ilusión, y esperas cual perrete excitado esperando la hora del paseo hasta la mañana del día 25, para correr hasta el árbol de Navidad y descubrir que ese maldito gordo volvió a traerte un par de calcetines, una colonia que no usarás nunca, un jersey horrendo tejido por tu abuela con una hermosa cabeza de reno en todo el centro, y un par de juguetes que nunca supiste que existían.
Y tu odio hacia ese amable señor crece cuando días después, descubres que al desgraciado del hijo del vecino le trajeron una hermosa bici roja que ni siquiera se merece.

Y ese es un buen momento para odiar la Navidad. Pero no es así.
Empiezas a odiar la Navidad cuando caes en la cuenta de que lo realmente insoportable de estas fechas son:
*redoble de tambores*

La cena navideña.

"¡Genial! ¡Llegó la cena navideña! ¡Llevo todo el año deseando reunirme con esos miembros de la familia que no soporto y con los que no hablo en todo el año!"
- Nadie, nunca.

En serio, si quieres que alguien odie a otra persona, oblígale a cenar una vez al año con dicha persona, repitiendo cada año menú, temas de conversación, posición en la mesa e incluso acontecimientos incómodos que puedan suceder durante la noche.

Y por respeto a la gente que disfruta celebrando la cena navideña no profundizaré en este tema, porque podría dedicar un blog entero hablando de ese familiar que coge una botella de anís y empieza a rascarla con un tenedor PORQUE ESE MALDITO RUIDO INFERNAL LE GUSTA A TODO EL MUNDO, o ese otro familiar que le grita diciéndole que deje de comportarse como un crío, que está molestando a toda la familia con sus estupideces, o ese otro familiar que exclama "¡Dejad de discutir! ¡Es Navidad, en Navidad no se discute! ¡ESTÁIS MATANDO LA NAVIDAD!", o ese otro familiar que se duerme en el sofá y que provoca que nadie tenga permitido hacer el menor ruido PORQUE ES DE MUY MALA EDUCACIÓN HACER RUIDO CUANDO ALGUIEN DUERME DURANTE UNA CELEBRACIÓN.

Pero sí, definitivamente la cena navideña es el mejor evento inventado por el hombre después del suicido colectivo.

¡Salud, y feliz Hanukkah!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Las Bananas en Pijama y su santa madre.

Bienvenidos de nuevo, queridos lectores, a la nave del mono. Esta noche os hablaremos sobre unas criaturas espeluznantes. Unos pequeños seres sobrevalorados que llevan habitando nuestros armarios desde tiempos inmemoriales: Los Pijamas.

Es posible que algunos, si no muchos de vosotros uséis uno de éstos cada noche. Es una afición que respeto -aunque no comparto-, pero no se trata de eso.
Cada cual es libre de cubrirse (o no) de la manera que prefiera llegada la noche, y mi problema no va con ello. Mi problema es la idea generalizada de que todos deberíamos usar pijama, y por ello dar por sentado que todos lo hacemos.

Llegados a este punto, y como le dijo el dos al veinte, seamos sinceros (ese humor de nivel es cortesía de la casa): ¿A quién no le han regalado nunca un pijama? Sí, amigos, horroroso regalo donde los haya, y la mejor manera de decirle a alguien "Te odio con todo mi ser" y aun así obligarle a mostrarse agradecido, y sonreir como si tu regalo no fuera la mayor [excremento] que se le podría regalar a alguien.

Y lo siento si alguien discrepa, pero no, no me parece bonito que me regalen una camisa y un pantalón de seda sin siquiera saber si me cubro mis monerías cada noche, porque pueden sucederse dos cosas: La primera, en la que me incluyo, es que la persona a quien se le hace el regalo no utilice pijama, por lo que regalarle uno es de lo más absurdo; la segunda es que la persona a quien se le hace el regalo utilice pijama, por lo que ya tendrá uno, que además será de su agrado, por lo que regalarle otro y sin que esa persona lo haya elegido, puede ser quizá más absurdo todavía.

Y como me gusta decir a estas alturas: A los hechos me remito.
 Cuando tenía 8 años, como buen hijo de vecino, hice la comunión. El caso es que la oferta fue más o menos así: 'Puedes hacer la comunión o puedes no hacerla. Si no la haces, no pasa nada, pero si la haces la gente te hará regalos y tendrás tu propia celebración'. Quizá fuera un chantaje, pero acepté.
Y todo parecía muy bonito, hasta que la promesa de regalos comenzó a convertirse en un arma de doble filo.
Tal fue mi sorpresa al ver que el regalo de una de mis tías fue, ni mas ni menos, un hermoso pijama de seda.
Por aquél entonces, cabe decir que yo era un niño adorable y delgado. Y remarco lo de delgado como dato importante, ya que el pijama era talla XL, por lo que la opción de usar dicho pijama quedó descartada, y para cuando pude ponerme ese pijama, años después, ya no había rastro de aquél niño adorable y delgado. De hecho, lo que había era más bien un pre-adolescente que parecía haberse comido al niño anteriormente mencionado.

Así que por favor, antes de regalar un pijama a alguien, haceos las siguientes preguntas: ¿De verdad odio tanto a esta persona? y ¿De verdad quiero que esta persona me odie tanto?
Y si aun así tenéis la indecencia de querer regalar pijamas a la gente, por favor, POR FAVOR, a mí con una hez envuelta en papel albal me basta como regalo.

Por último, quisiera ponerme un momento en el papel de persona decente y dedicar esta entrada a una señorita con pelo de algodón de azúcar, porque se lo merece.

lunes, 30 de septiembre de 2013

No escucharás la palabra de falsos ídolos.

¡Hola, artemaníacos! He vuelto después de tanto tiempo para haceros una pregunta:

¿Por qué?

Desde hace mucho tiempo, y sobretodo estando en contacto con el vasto mundo de internet, me he topado con un tipo de personas al que, si perteneces, mal rayo te parta.
Me refiero a ese tipo de gente que se dedica a juzgar los gustos musicales de los demás, intentando imponer los suyos propios, "argumentando" que si no te gusta determinado estilo musical, o determinados artistas en concreto, tu gusto es pésimo.

Como aclaración, no voy a hablar sobre Justin Bieber, One Direction ni similares.

Los que me conozcan mínimamente sabrán que me gusta el rock clásico, heavy metal, hard rock y similares, cosa que no me ha dado muchos problemas el confesarlo, salvo que me encuentre delante de algún cerrado de mente que aún piensa que KISS es una banda que incita al culto a Satán.
El problema me lo he encontrado ya bastantes veces, al comentar que me gustan varias canciones de El Canto del Loco, o que me pasé la mayor parte de mi adolescencia escuchando Estopa.

Y no lo entiendo. Puedo decir que me gustan las acelgas a alguien que las odia, o que detesto las gambas al vapor a alguien que las adora, y no les importará lo más mínimo, pero si le digo a alguien que no le guste el pop, que me gusta alguna canción de ese género, se me tirará al cuello cual lobo hambriento.

No lo entiendo. ¿Qué más te dará lo que caga el vecino si no has de comerlo?
Y a los hechos me remito. Recuerdo una conversación con cierta persona, de la que no recuerdo exactamente el tema del que hablábamos, pero comenté que tiempo atrás, solía escuchar El Canto del Loco, y la persona en cuestión me dijo lo siguiente: "¿Pero qué dices? Me has decepcionado, la verdad. Mira, ¿sabes qué? Paso de hablar de música con alguien como tú, que no tiene criterio musical y no sabe debatir sobre el tema, intentando imponer sus gustos pésimos ante los del resto. Mejor dejamos el tema." Y lo peor de todo es que la cita es textual, exceptuando la parte de "gustos pésimos", cambiando "pésimos" por algo que rima con "izquierda".

A día de hoy, cada vez que pienso en ello se me sigue inclinando el pompis sobremanera, y por ello hay una pregunta que siempre rondará mi hermosa cocotera:
¿Qué recontrademonios (por no decir lo que rima con "izquierda") le importará a la gente si mientras viajamos por una autopista al infierno te susurro al oído que en silencio, te busco, y sueño con poderte amar?

Aquí estoy porque he venido,
porque he venido aquí estoy.
Si no le gusta mi canto,
dos piedras.

domingo, 5 de mayo de 2013

Los amos de la noche.

Aviso a navegantes cortos de entendederas: La siguiente publicación no trata sobre las películas/libros/series de vampiros en sí, sino de los vampiros como personajes ficticios. 

Sí amigos, hoy quiero hablaros de esos seres tan amados por todos: Los vampiros.

¿Qué son los vampiros? Los vampiros son unos seres -originariamente rumanos- pálidos, racistas, violentos, prepotentes, autoritarios, desalmados, creen que su especie es superior sobre el resto... Resumiendo, son nazis con colmillos largos. Ah, sí, y tienen un extraño fetiche con las capas de cuello alto.
Como tantas otras criaturas sobrenaturales, se alimentan de sangre, algo no demasiado raro dentro de lo paranormal.

Posiblemente muchos esperen de esta entrada otra crítica más hacia los vampiros brillantes de Crepúsculo. Que si son una vergüenza para su especie, que no deberían brillar, que son afeminados y poco amenazantes...
Me gustaría hacer un inciso en eso de que los vampiros de Crepúsculo son afeminados y poco amenazantes.
Sí, lo son, pero... ¿Acaso no lo son la inmensa mayoría de vampiros? Hablamos de tipos pálidos, bien peinados, vestidos de aristócratas y en ocasiones luciendo una bonita capa. Venga, si hasta el temible Drácula de Bram Stoker tenía un culo en la cabeza, eso carece de seriedad alguna.

Pero más que su aspecto, algo que me escama acerca de los vampiros son sus debilidades.
Como todo hijo de vecino, mueren si les clavas una estaca en el corazón, les cortas la cabeza o los incineras. El sol puede hacerles mucho daño llegando al punto de matarles. Vale, bien, son criaturas nocturnas y lo entiendo.
Tienen debilidad al ajo. AL AJO. Unos seres de la noche supuestamente terroríficos y extremadamente peligrosos se mueren si les tiras una maldita hortaliza a la cara. Y aún tendría un pase si se tratara de una hortaliza grande y dura con la que pudieras hundirle la cara a mamporros, pero no, se trata de un maldito ajo. Una  hortaliza que según nuestra querida Wikipedia "Tiene un sabor fuerte y ligeramente picante". Que ni siquiera llega a ser picante del todo. Si al menos tuvieran debilidad a la guindilla, haciendo que cuando le atacaran con una se muriesen de un terrible picor de huevos, pues tendría un pase. Pero un ajo...

En fin, podría dedicar varias entradas al concepto de ajo como archienemigo mortal, pero pasemos a un tema más interesante: El sexo.
En efecto, en muchas ocasiones se nos presentan vampiros fornicando -ya sea entre ellos o con mortales- y como con cualquier escena de sexo en cualquier película/serie/documental/noticiario/lo que sea, la gente lo encuentra completamente normal.
Bien, yo hay un detalle que no alcanzo a entender: La erección del pene se consigue gracias a una acumulación de sangre en el mismo. Los vampiros no bombean sangre, luego en sus penes no puede producirse tal acumulación de sangre, lo cual imposibilita dar pie a una erección.
Por tanto mi teoría es que en la cama, los vampiros se limitan a frotarse los unos con los otros cual perrete violando la pierna de su dueño hasta cansarse y creer que han hecho algo productivo.

En definitiva, a los vampiros no se les levanta porque no bombean sangre, y por algún motivo (ellos dicen hambre) se pasan todo el día bebiendo sangre con un ansia irracional.
Blanco y en botella: Leche.